BIENVENIDOS A ESTA BUTACA DE LA VIDA

Este sitio está creado con la finalidad de ayudar a jóvenes y adolescentes a meditar en cómo llevan su vida, y también pretende servir de apoyo a profesores y educandos a analizar los valores actuales y dar una buena guía cristiana.



Si les puedo ayudar en algo más, no trepiden en escribir a mi correo electrónico:
hemem.tj@gmail.com o a "contacto con el autor".



El autor.















POESÍA SIMBIÓTICA- 4to.Cuento del libro "Cuentos de pingüinos"

“ POESÍA SIMBIÓTICA ”
Un cuento He'Mem
2005

El mar se encuentra agitado. No hay nadie en la playa ni en los roqueríos, Las olas golpean furiosas contra las rocas. De pronto el joven recuerda que no sabe nadar. Tanto mejor. Sus pensamientos irracionales le invaden el alma. Como aceptando una invitación macabra se dirige hacia los roqueríos...

Calmadamente elige una de las rocas sobresalientes de la orilla. Cual sea no tiene importancia. Todas se yerguen cual desfiladero sobre las olas. Indómitas torres de piedra, desafiantes, orgullosas. Resisten cada embate de las impotentes y furiosas olas. El día nublado y tenebroso, extraño para el mes de Abril, confiere un aspecto tétrico a la escena. La figura espigada del muchacho sobre la orilla del peñón, con su cabellera agitada furiosamente por el viento, contrasta con su actitud aparentemente serena y decidida. Al cerrar los ojos por un instante, recuerda la entrevista que tuvieron hace unos días, con su padre y el doctor...

" — La verdad es que entre el 10 y el 15 % de los jóvenes en edad escolar sufren síntomas de la depresión, señor Ardiles.
" —Pero, ¿Por qué es tan común entre los jóvenes, doctor?.
" —Bueno, en realidad, los años de la adolescencia son en sí mismo, fuente de depresión emocional. Frecuentemente, por falta de experiencia, el joven puede llegar a creer que nadie se interesa en él, y deprimirse mucho por asuntos de poca importancia.
" —¿ Pero eso explica los intentos de suicidio?, no creo...
" —Por supuesto que no. Eso es otra cosa mas seria.

¿Cómo sabría su padre, que él lo había considerado? Él nunca le mencionó nada parecido. Tal vez lo intuyó. Los adultos siempre intuyen cosas, aunque no se las digan... Continúa recordando...

" — La doctora Klagsbrun, en su libro acerca de este problema, –dice el doctor–, explica que muchos casos de depresión de factores emocionales, tienen como raíz, un sentimiento profundo de pérdida, por haber perdido algo o alguien que se amaba profundamente, y creo, por lo que usted me ha relatado, que esa debe ser una de las razones que la producen en su hijo.

¡Era tan obvio! Sin embargo él no quería sentirlo. No entendía por qué tenía esos sentimientos de rabia contra su padre. Después de todo fue su madre quien los abandonó a los dos, por otro hombre. Pero lo que más le ha dolido siempre, es que ella lo negó. Negó que tuviera un hijo, para no incomodar a su amante. Esas cosas no se le hacen a un niño de seis años. Los niños después crecen y querrán saber... y quizás querrán perdonar...quizás...

" —¿Y por qué no se ha vuelto a casar, don Eugenio?... Perdone la intromisión...
" —No, está bien doctor. Ya hemos conversado sobre el tema con mi hijo. En realidad no hubo necesidad. Mis padres criaron a Sebastián, mientras yo trabajaba. Además yo... amé mucho a mi esposa. No me hallo junto a otra mujer. Pero ahora que mis padres murieron...
" —Y tú, ¿qué dices, hijo? –pregunta el doctor.

Recuerda muy bien esa pregunta. También recuerda su respuesta sincera. Ese doctor tenía algo que lo hacía confiar... Tal vez, la forma tan interesada con que trataba su problema. Le hacía pensar que en realidad estaba preocupado por él...

" —Lo que decida mi papá está bien... Yo creo que tampoco me habría acostumbrado a alguna madrastra o a hermanastros.
" —¿Extrañas a tus abuelos?

Recuerda que esa pregunta le alojó un nudo en su garganta, que casi hizo inaudible su respuesta...

" —Sí. Sobre todo a mi abuelo.
" —Es que pasaban mucho tiempo juntos –explicó su papá–. Como yo trabajaba gran parte del tiempo fuera de la ciudad, se forjó una relación muy estrecha entre ellos dos.

"Relación estrecha". Quizás esa sea la palabra. Pero a él le parece que era mucho más que eso.

Su mirada vaga y profunda sobre las olas coronadas de espumarajos, su vestidura negra como el tiempo, las manos en los bolsillos, indiferentes al peligro del resbaladizo lugar donde se posan sus pies. Todo parece demostrar la rendición final del que ya no quiere luchar, de cuyos ojos ha huido el brillo de la vida... sonámbulo frente al embrujo del mar... esperando el llamado de las olas, que invitan, que ofrecen la caricia del olvido, la ternura de la paz... La voz preocupada de su padre aún resuena en sus oídos...

" —Bueno, y ¿qué tratamiento se utiliza en esos casos?.
" —Depende del grado de depresión, si es leve o crónica. También depende de lo que la esté originando. Por ejemplo, si es leve, algún tratamiento ambulatorio y algún ejercicio físico, puede llevar a superarla, también el que los jóvenes se interesen en algo que les dé un sentido de logro y satisfacción. Otras veces se trata de malos hábitos alimenticios.
" —¿ Cómo así?.
" —Bueno, los jóvenes son proclives a mal alimentarse. Consumen alimentos poco nutritivos, como dulces, bebidas, etc., lo que afecta su disposición de ánimo. Me ha tocado ver como muchos padres preocupados han corregido estos malos hábitos en sus hijos y han superado estados incipientes de depresión.
" —En realidad a veces noto a Sebastián algo demacrado, pero hasta donde yo sé, se alimenta bien. ¿Verdad hijo?

Recuerda que solo asintió con su cabeza. Pero esa única vez que su padre le comentó que lo encontraba demacrado, no fue por que estuviera mal alimentado. Fue por que el "Pilo", su compañero de curso, insistió en que fumara un "mono". Según él, eso le haría olvidar su "bajoneo" como le decía él. Pero recuerda que fue para peor. Anduvo mareado todo el día, y al llegar a su casa estuvo vomitando toda la noche. Al día siguiente no pudo ir al colegio. Mintió a su padre diciendo que estaba enfermo del estómago, que tal vez el "completo" que se comió le hizo mal. Al menos su padre le creyó. Nunca mas le aceptó fumar "monos" al "Pilo". Ese mismo día decidió que jamás volvería a fumar ninguna clase de droga. Durante mucho tiempo sus poemas redactados en momentos de tristeza y melancolía, solían hacerlo sentir bien. Pero últimamente leerlos le hacía sentirse peor. Especialmente aquellos que se referían a su madre...

" —¿Sientes rencor hacia tu madre, hijo? –preguntó el doctor.

No recuerda bien qué fue lo que le respondió. Pero no debe haber sido nada bueno. En las noches la veía acostada y besándose con su amante, mientras reían desfachatadamente.

" —¿Cree usted, doctor, que con el tiempo y mayor atención de mi parte, esto pueda superarlo mi hijo?
" —Espero que poniendo en práctica mis sugerencias, y preocupándose que Sebastián se tome todos los medicamentos que le receté puntualmente, podamos superar este estado depresivo persistente. Ahora si no tenemos resultados, querrá decir que estamos tratando con una depresión severa o crónica. En esos casos se requiere un tratamiento más intenso después de algunos exámenes, tal vez con otros fármacos o ayuda psicológica. A veces es necesario internar al paciente por varios días o meses.

Recuerda que la sola idea de ser internado le dio escalofríos. El mismo escalofrío que siente por el rocío esparcido por las olas reventando entre las rocas que mojan su rostro y su boca, y que le obligan a cerrar los ojos. Su mente, torbellino de imágenes desordenadas y caóticas. Su joven corazón, tropel de emociones... ¡Cuánto le hace falta el abuelo!. El rostro sonriente del Tata, parece llamarlo desde las aguas agitadas, turbulentas.

Detiene la respiración. Una decisión en fracción de segundo... Un instante de locura irracional, un apretado cerrar de ojos...y

— ¡ Más vale perro vivo que león muerto, hijo!...

La voz añosa y arrastrada le congela el corazón. Parece venir de la nada o del viento que la trae desde tiempos muy lejanos y añorados. Como sea. Lo ha petrificado, lo ha fundido a la roca, tensando y paralizando cada músculo de su cuerpo... Esas palabras... ya las había escuchado antes...

—Un perro vivo puede seguir moviendo la cola, aunque siga teniendo vida de perro... En cambio un león muerto,... ya no puede asustar a nadie... ¿No crees, hijo?...

No. No es su imaginación. Definitivamente está fuera de su cabeza.

Casi tiene miedo de voltear. No quisiera comprobar que no hay nadie, que solo ha sido su imaginación o el instinto de vivir. Lentamente voltea la mirada sobre sus hombros... deseando lo imposible, añorando lo absurdo...

El viejo le mira sonriente extendiendo su mano temblorosa y solícita. No hay temor en su mirada, ni urgencia, ni reproche. Solo una inmensa ternura que trasluce la comprensión del que todo lo entiende. Su cabello desordenado y canoso, al igual que su barba descuidada y crecida, mecida por el viento. Su ropa harapienta y sucia no empaña su postura casi digna, heroica.

—Ven, hijo. Dame tu mano... vamos, no es tan difícil, ¿verdad?...

Su mano cálida no aprieta. Solo confía en la persuasión de sus palabras serenas y en la lucidez del muchacho. Este obedece trémulo, hipnótico, confuso. Su ropa mojada por el mar, le hacen temblar de frío... ¿O será por el arrobamiento que le provoca la figura del viejo, delgado y de tez tostada por el sol?... Tal vez por todo ello y por lo mucho que el viejo le recuerda a su tata, a pesar de que su abuelo no usaba barba.

—Gra... gracias, señor –balbucea nervioso– yo solo...
—No... no, hijo. No tienes que explicar nada –interrumpe el viejo poniendo su mano sobre los labios del muchacho.
—Siempre hay razones para hacer las cosas –continúa– algunas alegres y optimistas, otras demasiado tristes como para comprenderlas...

Lentamente y con cuidado, el viejo ayuda al muchacho a bajar desde las rocas a la arena de la playa.

—¿Cómo supo lo que yo...
—¿Lo que ibas a hacer?... No es tan difícil adivinar cuando se vive pensando en ello, hijo. Cuando se piensa que no hay otra salida. Yo también me he parado en la orilla del peñón ¿sabías?... Tal vez por distintas razones que las tuyas, pero igual de amargas.
—¿Y por qué no...
— ¿Por qué no lo he hecho?... No lo sé. La verdad es que no lo sé... –El viejo se queda mirando al infinito, quizás recordando su pasado.
—Tal vez por que me conformo con la vida de perro. –dice al cabo de unos segundos de meditación–. Después de todo, no todos pueden ser leones ¿verdad? ¿ah? ¿verdad?... ja, ja, ja.

La risa del viejo surge fácil, extraña para el momento. Sin embargo no parece fuera de lugar en su boca.

—Ven, vamos a mi “choza”. No está lejos de aquí. Estás temblando de frío y ya se hace tarde. Pronto va a oscurecer.

Los dos se encaminan al paso cansino del viejo, quien sube las solapas de su roñoso abrigo. Llevándose las manos a la boca las abriga con su aliento.

Cerca de unos roqueríos, un tanto alejados de la playa, el viejo le señala una casucha destartalada, fabricada de cartones, trozos de latón y madera. Una “cortina” de saco de aspillera hace las veces de puerta.

—Este es mi “chalet”... ¿Qué te parece?. No es una maravilla, pero protege del viento, aunque no del frío. Tengo problemas con el Ministerio de vivienda. Me prometieron reforzar la calefacción y no me han cumplido... ¿eh?, ¿Qué te parece?, ¿eh?. Ja, ja, ja, ja, ja...

La risa del viejo resuena potente, descontrolada, hasta detenerse lastimosamente entre accesos de tos y carraspeos.

—¿Le sucede algo, señor? –inquiere el muchacho, preocupado por la persistente tos del viejo.
—No... no, chico... (carraspea), no te preocupes. Es que no me he cuidado bien últimamente. Ha hecho frío estas últimas noches y mis pies ya no se abrigan tan fácilmente...

El joven recién se percata que el viejo no lleva calcetines en sus pies, enfundados en zapatos viejos y rotos. Otra cosa que le sorprende, son las uñas del viejo, pulcramente limpias, difíciles de imaginar en un personaje como él. Por ello sus ojos se fijan en sus manos bien cuidadas, aunque arrugadas por el tiempo.

—Entra, hijo. Acompáñame un rato para que charlemos... Hace tanto tiempo que no disfruto del placer de una buena conversación. Quién se va a interesar en conversar con un viejo loco y poeta como yo... ¿No te parece?, ¿eh?... ja, ja, ja.

El viejo le invita a pasar con un ademán, recogiendo un extremo del saco que hace las veces de puerta.

—¿Poeta?... –Pregunta el muchacho, con curiosidad poco disimulada.
—Oh, sí. Poeta. ¿Te extrañas?... bueno, yo también, ja, ja, ja. No sé cómo puedo inspirar poesía con la vida de perros que llevo. Es difícil hallar cosas bellas en la vida. Cosas de las cuales escribir... desde mi punto de vista, claro está, ¿no te parece?... Por eso mi poesía es mayormente triste.

El viejo busca nerviosamente dentro de un saco blanco, un andrajoso cuaderno que extiende al muchacho quien se ha acomodado en un rincón del cubil.

—¡Mira!... Son mis poemas. Los he escrito desde hace mucho tiempo... desde que... –el viejo se detiene abruptamente, como si de pronto recordara algo doloroso, algo que fue capaz de vidriar sus ojos–. En fin, desde hace tiempo.

Con un ademán indiferente recupera su compostura dibujando en su rostro esa sonrisa que le recuerda, a su querido abuelo.

—Señor... yo también escribo poemas. Claro que no son muy buenos, pero me ayudan a sentir bien cuando me pongo triste. –interviene el joven, tratando de algún modo ayudar al viejo a superar su nostálgica tristeza.
—Pero ahora no te ayudaron mucho, ¿verdad hijo? –el viejo le mira fijamente, escudriñándole con sus profundos ojos verdes.
—Bueno, yo... –El joven baja la vista avergonzado.
—No, no te avergüences, hijo. Yo no soy quién para reprocharte. Después de todo, la falta del consuelo de tus poemas te trajo hasta aquí, y podremos conversar, ¿verdad?, ¿eh?. Aaah,... hace tanto tiempo que no sostengo una buena conversación con alguien, y mejor aún, alguien que es escritor –el viejo sonríe mientras da una palmadita en el hombro del joven.
—En realidad yo solo escribo poemas, y no son muy buenos. –El muchacho se acomoda nervioso en su rincón, afectado un poco por el frío.
—Aaah... qué bien. Tanto mejor. Así entre “colegas” podremos entendernos. Y... ¿sobre qué escribes, “colega”?, ¿eh?... –El viejo se acomoda sonriente cubriéndose las manos con las mangas de su añoso chaleco.
—Bueno, sobre el amor, sobre mi ma... sobre cualquier cosa que me venga a la mente. Especialmente cuando me siento triste me dan ganas de escribir –el abuelo le observa complacido, disfrutando cada palabra de esta inesperada conversación que le ha regalado su acostumbrado deambular por la playa.
—Me gustaría algún día tener el privilegio de leer tus poemas, hijo. Tengo el presentimiento de que son más buenos de lo que tu modestia me quiere hacer creer...
—Claro, yo se los voy traer para que los lea y me dé su opinión. Se lo prometo. ¿Puedo ver los suyos?...
—Adelante, adelante... para eso te los pasé.

El viejo observa en silencio al muchacho mientras éste lee para sí. No quiere hacer ni decir nada que interrumpa la lectura absorta del joven. Por primera vez alguien, aparte de él mismo, se interesa en lo que escribe. Los ojos del muchacho recorren la hermosa escritura del viejo, cuya bella letra y pulcra ortografía esconden un secreto pasado, misterioso, lejano.

” No me olvides en tus sueños “.

“ No me olvides en tus sueños, aunque al despertar se levante el olvido y se
duerma el perdón.
“ No me olvides cuando duermas, aun cuando en sueños los recuerdos destrocen
" el alma, cuando la razón diga que nada podrá ser igual.
“¿Sabes que en ellos aún te nombro, desde este absurdo corazón?.

“ Corazón absurdo corazón enfermo, pensaste que el tiempo no camina, que
“ no pasan los años, que las faltas se perdonan.
“ Sueño con deshacer el tiempo, con borrarlo de un suspiro y escribir distinto.
“ Me veo diciendo a mis hijos: ¡ No estoy muerto!. Solo sepultado en el olvido.

“ No me olvides en el tiempo, que en las horas eternas me reprocho en silencio
el gozar efímero que un deseo insensato me llevó a comprar.
“ Recordarte en las noches me estremece, me enferma tu olvido y el recuerdo de tu frío mirar.
“ ¿Por qué no escuchaste mi rogar sincero, mis promesas insistentes y mi quedo llorar?

“ Cerraste caminos sin dejar otra salida que sufrir la muerte en vida.
"¿Debe ser la eternidad el pago por una falta?, ¿La desesperanza, consuelo del desamor?.
“ El tiempo y el alcohol me han robado la esperanza, y es por eso que me miento
“ al soñar que volverás.

“ No me olvides en tus sueños, aunque al despertar se levante el olvido y se
duerma el perdón.

“ Esperaré hasta el fin del tiempo que de aquí a alguna parte,
dormiré hasta encontrarte sin tener que despertar.”

—Es bonito, pero muy triste –comenta quedo, el muchacho– ¿Lo escribió para alguien?... Oh, perdón... –El joven se perturba al notar que su pregunta a afectado al viejo.
—No, no te apenes. Siempre los poemas se escriben pensando en alguien o en algo que nos despierta las emociones, las ganas de vivir o las ganas de morir. Mira, aquí tengo uno que escribí cuando estaba muy deprimido y hastiado de todo...

El viejo le quita el cuaderno y busca con sus manos temblorosas una página en particular. Luego vuelve a entregarlo al muchacho.

—Mira, aquí está... lee, lee... –le indica con insistencia el lugar en la hoja. Luego se incorpora y comienza a recitar con sus ojos cerrados cada palabra del escrito. A ratos observa al joven, como disfrutando el interés incipiente del joven, luego vuelve a cerrar sus ojos y recita, como si estuviera ante un gran auditorio, haciendo ademanes torpes e inseguros...

“INESPERANZA”

“La fosa de la desesperanza es un suspiro eterno, una pausa sin respirar,
que no termina, que te aprieta el corazón....te angustia el alma.

“Un camino largo donde se puede ver la distancia pero no el final.
Una curva en el camino, interminable, pavorosa... misteriosa, fatal.

“Angustia inexplicable, presentimiento morboso.
Mudo grito del alma en lo mas profundo de la oscuridad.

“ A veces nace una minúscula esperanza, sustentada en la nada,
en el querer que sea... en la terca ilusión, en la tozudez del hastío.

“ Y te aferras a ella, con manos arrugadas por el tiempo, desgastadas por el dolor.

"Y... esperas, esperas... hasta que la realidad te golpea el rostro, te abofetea el alma y...
 nuevamente estás en el abismo de la nada, foso de soledad y olvido.

“ Te sientes pisoteado por la indiferencia del mundo,
por la altivez de los hombres y la soberbia del mortal.

“Es entonces cuando sientes la ternura de la muerte, la caricia de la nada,
el descanso de la razón y el juicio, prisioneros en cadenas de alcohol.

y comprendes que...comprendes que...que...”

Por un momento el viejo trata de seguir hablando, pero su voz áspera y arrastrada se niega a continuar para transformarse en un sonido ridículo y lastimero. Después de un angustioso momento de silencio, se vuelve hacia el joven con sus ojos vidriados por la emoción, y mostrando sus manos vacías y secas se deja caer derrotado en cuclillas. Luego lleva sus manos al rostro el cual entierra en su regazo. Al cabo de un instante que parece interminable (durante el cual el muchacho permanece inmóvil, sin poder proferir palabra, hipnotizado por la extraña escena), el viejo levanta su cabeza mientras traga saliva ruidosamente, como para obtener fuerzas y poder seguir hablando.

—¿Ves?... –se dirige al muchacho con voz quebrada y gutural– siempre las cosas que uno escribe las escribe por algo que despierta las emociones.

El muchacho permanece inmóvil, con sus ojos vidriosos desmesuradamente abiertos que le muestran la figura borrosa del viejo.

—Lo... lo que escribió es muy hermoso y doloroso a la vez, señor –balbucea el muchacho.
—Solo vomito el alma, hijo, solo vomito el alma.
—Pero, ¿no cree que la esperanza siempre es posible?... –susurra el muchacho, con cierto temor, tratando de no afectar al viejo.

El viejo se lleva la manga de su roñoso chaleco al rostro para secar sus ojos y un hilo húmedo que ha comenzado a salir de su nariz.

—Para otros, quizás... pero está muy lejos de este viejo, hijo. Por eso le puse “Inesperanza”. Para mí es un lujo que jamás podría tener... es... es como un espejismo, al que me he cansado tratando de alcanzar.

El viejo le mira con ternura, y después de observarlo por un rato, en silencio, pone su mano en la cabeza del muchacho.

—Bueno, bueno. Basta de cosas tristes. Yo no te invité a mi “chalet” para que te amargaras, si no para leer poemas. Así es que, si quieres, puedes seguir leyendo o si prefieres podemos hablar de ti... ¿Por qué te enojaste con la vida? ¿eh?

—¿Enojarme?

—Claro, hijo. Nadie que esté conforme con ella se sube al peñón como lo hiciste tú, ¿no es verdad?. Bueno, no te preocupes –el viejo sonríe en tono conciliador mientras pone su mano sobre la espalda del muchacho–. Si no quieres contarme, está bien. Después de todo no me conoces. Aunque no sé por qué me parece como si te hubiera conocido de mucho tiempo ¿sabes?. Yo tuve un hijo que debe tener la edad tuya o un poco más... creo yo... no sé. Ha pasado tanto tiempo...

Los ojos del viejo vuelven a vidriarse de nuevo mientras se incorpora nervioso. Busca en un saco en el rincón de la pocilga. Saca una botella que contiene un poco de vino. Destapa lentamente el corcho con la mirada perdida en el infinito y da un sorbo que termina con el resto del licor. Guarda la botella y nuevamente se queda con la vista perdida en sus recuerdos..

—¿Y dónde está ahora su hijo? –pregunta con curiosidad el muchacho, interrumpiendo el divagar del viejo– Quiero decir...
—Estamos hablando de ti ahora, ¿recuerdas?, ¿eh? –interrumpe sonriente el viejo–. Dime, ¿por qué no eres feliz, hijo?.
—Es que me pasó algo muy triste, y me tiene muy deprimido. A veces pienso que la vida no tiene sentido. La gente no hace más que sufrir. Pareciera que no vale la pena vivir –balbucea el joven con la vista perdida en un punto fuera de la choza.
—A ver, a ver, hijo –interrumpe el viejo calmadamente, con tono paternal y tranquilizador–. Es penoso escuchar esas conclusiones de labios de alguien tan joven como tú... ¿Qué edad tienes, hijo?
—Dieciséis.
—¿Y ya estás decepcionado de la vida? –pregunta el viejo abriendo los ojos, sorprendido–. Tiene que haberte pasado algo realmente triste para que estés en ese estado de ánimo. Eso queda para un viejo como yo, que ya ha vivido suficiente, pero no para ti, hijo. ¿Le permites a este viejo borrachín darte un consejo, aunque yo mismo no sea capaz de seguirlo?...

El viejo pone su brazo alrededor del muchacho en forma paternal.

—Sí, claro, señor...
—Mira... –pausa por un largo instante como ordenando sus pensamientos–. La vida es para uno lo que uno mismo se construye. Si construyes cosas buenas, cosas buenas te entrega la vida. Pero si tomas malas decisiones y haces torpezas con tu vida, ella se encargará de cobrártelo. A veces otras personas hacen cosas que te hieren y te afectan, pero tú puedes decidir cuánto te afectarán. El perdonar a esas personas atenúa mucho tu dolor, y si no es posible perdonar, el cerrar ese capítulo y empezar de nuevo, te ayudará a mirar el futuro con esperanza.
—¿Y si uno no puede impedir que le afecte mucho lo que otros hagan? –interrumpe el joven.
—En ese caso hay que buscar cómo sobrevivir a los momentos más difíciles. Para mí, por ejemplo, mi poesía ha sido como un amigo que me escucha y me consuela. Ella protege de algún modo mis recuerdos, para que no se me olviden. Yo sé que a nadie le interesa lo que escribo, pero la necesito, y como un amigo, ella me necesita a mí también. Pensarás que es tonto, pero eso me ayuda a sobrevivir.
—No, señor, no creo que sea tonto –se apresura a decir el muchacho–. Como le dije, a mí también me ayuda el escribir poemas. Pero ahora no tengo deseos de escribir nada. No puedo dejar de pensar en... y eso no me deja concentrar... Lo único que pienso es en terminar con todo, y ya dejar de pensar.

El joven cierra los ojos con fuerza, como tratando de borrar sus pensamientos. Sus manos empuñadas sobre su regazo, parecen exteriorizar su angustia.

—Lo peor que puedes hacer, hijo, es negarte la oportunidad de vivir, y de explorar tu futuro –continúa el viejo queriendo, quizás, interrumpir los pensamientos negativos del joven–. El dolor, si no pasa totalmente, finalmente siempre disminuye con el tiempo. Yo sé que a veces es difícil ver la vida con optimismo... uf, dímelo a mí. Pero el no permitir que las adversidades te venzan, te reconciliará con ella.
—Es que a veces por más que trato, no logro verle sentido... Quizás sea por que ando con el ánimo por los suelos –dice el joven, bajando la vista.
—Los estados de ánimos son como cristales de diferentes colores –continúa el viejo–. Las cosas se ven como el cristal te permite que se vean. Pero si cambias a un cristal transparente, nítido... la vida se verá como realmente es, llena de oportunidades para el joven que sabe encontrarlas.
—Perdone que no le cuente lo que me ha pasado, pero es que...
—Noo. No te preocupes, hijo. No importa qué sea lo que te ha entristecido. Perdona, olvida y cambia el cristal. Aunque al principio te cueste, después se te hará un hábito y podrás seguir adelante, contra toda adversidad, como los salmones, siempre contra la corriente, y siempre logrando tus metas. ¿Qué te parece, hijo?, ¿Crees que podrás hacerlo?.

El viejo, sin esperar respuesta, ayuda a ponerse de pié al joven al notar que ha comenzado a oscurecer.

—Bueno, hijo, será mejor que te vayas, tu madre debe estar preocupada por tu tardanza... Y ya se está poniendo muy oscuro.
—Yo no... tengo mamá, vivo con mi papá y él no está en la casa. Está trabajando de turno en una minera. Por eso estoy solo –responde el joven, mientras sale de la choza.
—Ooh, que pena. Veo que no te ha tratado muy bien la vida. Parece que tenemos mucho en común y de qué hablar. Es una pena que debas irte. Disfruté mucho de tu compañía, hijo. Espero volver a verte algún día.
—Voy a volver, –afirma con convicción el joven– le debo la vida ¿Recuerda? Además le prometí que traería los poemas que escribí. Claro que va a tener que ser para el otro fin de semana, porque tengo prueba el Lunes y tengo que estudiar.
—Veo que ya empiezas a creer en la vida de nuevo, ¿eh? Ja, ja, ja...así me gusta.
—Gracias. ¿Puedo venir el otro fin de semana, verdad?...
—Será un gran privilegio recibirte en mi “chalet”, hijo. Sin embargo me debes algo más.
—¿Qué cosa? –Pregunta intrigado el joven.
—Decirme tu nombre. Deseo recordar cómo te llamas, por si decides no volver.
—Yo volveré, se lo prometo... y mi nombre es Sebastián. Y usted, ¿cómo se llama?.
—¿Yo?... –el viejo se muestra sorprendido por la pregunta–. Solo “El poeta”, hijo, solo “El viejo poeta”, así me dicen todos. De mi nombre ya nadie se acuerda, ni siquiera yo mismo –continúa, haciendo torpes ademanes mientras habla, como si estuviera recitando en un momento de inspiración–. Mi nombre... mi nombre se quedó enredado en algún lugar del tiempo, o entre las algas que duermen a la orilla del mar, ja, ja ja...
—Adiós, y muchas gracias, señor “poeta”, yo... yo...

Los dos se funden en un abrazo, como si se conocieran de toda la vida. Sebastián sale corriendo tratando de evitar las lagrimas y ese nudo en la garganta que no le deja continuar.

“El poeta” se le queda mirando con sus ojos húmedos, pensando tal vez, en las vueltas que da la vida, en lo hermoso que es ser joven, en toda la vida que Sebastián tiene por delante.

Por primera vez, después de mucho tiempo, se despierta en él el interés por una persona, además de su poesía. Se pregunta lo que el joven finalmente hará.

Seguramente el muchacho sufre por alguna pena de primer amor... siempre sufren por eso. Le parece increíble que él pudiera servir de ayuda un muchacho, al menos a éste. Le estremece pensar que existan otros muchachos desorientados, que no tienen la fortuna de estar cerca del deambular del "Viejo Poeta", para ayudarlos a bajar del peñón. ¿Será acaso éste, otro motivo para querer continuar en este mundo?. ¿Podría él, alguien que no vale nada y que ni siquiera existe para los demás, servir de ayuda para alguien?.

Con esfuerzo recuerda una oración y la recita a favor del muchacho, para que tome buenas decisiones; y también a favor de sus hijos, para que, no importa donde estén, se acuerden de su viejo. Poco a poco el muchacho se pierde de vista.

Tal vez ahora la poesía de ambos ya no sea tan triste.

Lentamente entra en su pocilga. Con delicadeza, como si se tratase de objetos de mucho valor, ordena sus "pertenencias" en un rincón. Recoge la botella de licor vacía en sus manos. Se la queda mirando largamente. Luego la aprieta contra su pecho, mientras sus ojos húmedos y cerrados, miran al cielo en medio de un profundo suspiro. Lentamente, con la botella bajo el brazo, vuelve a salir de la choza. Se dirige con paso cansino hacia la roca donde el muchacho trató de arrojarse al mar. El viento que ha comenzado a salir, sacude furiosamente su desordenada barba, y sus andrajos. Con hábiles movimientos se encarama en los roqueríos. Por un momento se queda observando el mar, con su mirada perdida, en las profundidades, ajeno al frío y al viento reinante. Lentamente saca la botella de debajo de su brazo, y la deja caer al mar, justo debajo de sus pies. Se queda observando cómo la botella se pierde en las profundidades. Luego regresa a la choza. Acomoda el saco a modo de almohada, y se recuesta, tapándose con una vieja colcha, con sus ojos fijos en el techo de saco.

El viejo se lleva un brazo al rostro, para secar con su andrajoso chaleco, una lágrima que ha comenzado a salir junto con la noche.

FIN









8